Coromines y el humo de la fábrica

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Hacer sindicalismo en la papelera Torras Hostench cuando Comisiones Obreras era todavía ilegal fue lo que llevó a la cárcel al obrero Coromines. Años después todavía recordaba que desde su celda veía el humo de la papelera. Ya en libertad, el obrero Coromines sufrió en un plis plas la quiebra del imperio kuwaití levantado por Javier de la Rosa. Llegó la democracia y como alcalde de su pueblo natal, Salt (Girona) el ciudadano Coromines vivió la agonía de la textil Coma y Cros ligada a los sueños megalómanos de los vendedores de humo. A once mil millones de pesetas se elevó el agujero.

La agitada vida profesional de Coromines va unida estrechamente a las biografías de las dos estrellas del mundo económico en la Cataluña de los años setenta.

El católico Higinio Torras Majem, de la Torras Hostench que sacaba humo por su chimenea, fue el primer empresario que jodió la vida a Coromines: le metió en la cárcel y después se fugó a Brasil (allí murió) dejando en la ruina la papelera y un banco que había puesto en marcha junto a un ex guerrillero brasileño que también se fugó cuando las cosas fueron mal. Higinio Tarras era un iluminado que me dijo que yo no haría nada bueno en la vida usando el papel reciclado que utilizaba para tomar notas.

Otra biografía nada ejemplar que marcó la vida del sufrido Coromines fue la de Javier de la Rosa, genio de las finanzas que acabó en la cárcel dejando un largo reguero de deudas y quiebras tras ser, en palabras de Jordi Pujol, empresario ejemplar. De la Rosa siguió dándome lecciones sobre cómo ir por el mundo, degustando ostras en una coctelería y pasando el cepillo en la dominical misa de doce de su parroquia mientras insistía en que su padre había muerto cuando en realidad vivía y no vivía mal disfrutando de la estafa que había perpetrado no con nocturnidad pero sí con alevosía en el Consorcio barcelonés.

Coromines pudo haber dicho con razón que todos los que arruinaron su vida laboral -y la de miles de personas- eran unos sinvergüenzas pero pese a esas amargas vivencias personales vividas como drama colectivo el único exabrupto que le escuché fue un educado ondia, que personal.