Alonso, Giselle inolvidable

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Con Alicia Alonso, desapareció el último mito del ballet clásico. La entrevisté en 1973. Hacia veintidós años que había empezado a perder la vista y solo un dominio total de la danza y una gran fuerza de voluntad permitían seguir bailando a la mujer de esbelta figura, gestos exquisitos y andar vacilante que le llevó a cogerme del brazo para pasear por el salón del hotel sin tropezar con las butacas.

Abandonó Estados Unidos para regresar a Cuba cuando un día Fidel Castro se presentó de improviso en su casa (“pasaba casualmente por aquí…”, le dijo) y le preguntó cuánto dinero necesitaría para formar un ballet y una escuela de danza. Alicia aceptó el desafío y montó el Ballet Nacional de Cuba.-Lo hice por responsabilidad con mi pueblo - me dijo.

Su razón de vivir era la de sentirse necesaria. La vida es dar, decía, y cuando se da nunca sientes el vacío. Negaba que el ballet fuese un arte inocente, creía que ningún arte o es. Su voz era un susurro, su sonrisa era cálida y sus manos (cuando se pide, cuando se da la mano, cuando se rechaza…) gesticulaban lanzándome cómplices mensajes en clave de ballet.

Su voz fue susurro explicándome que tal vez en un tiempo estuvo a punto de ser tentada para ser una estrella, y la voz tenue se rompió con una frase irónica:

-Han de correr más que yo y todavía no me han alcanzado.

Y habló, habló, habló….Habló de arte, y danza, sobre la injusticia de capitalismo y el derecho a la cultura, sobre la pobreza y la soledad. Aseguraba que siempre decía lo mismo, ¿cómo no iba a decirlo si sobre esas ideas había basado su vida y hasta ese momento, el de hablar conmigo, nadie la había probado que una actitud contraria fuese mejor?

No era casual que las relaciones de Alicia Alonso con Maurice Bejart fuesen excelentes porque ambas compañías de ballet tenían mucho en común: para Bejart lo prioritario era la búsqueda de una renovación sin romper lo que llamaba “el río de la cultura” y para Alicia Alonso lo vital era el descubrimiento de la identidad de uno mismo.

-¿Le he decepcionado? - preguntó tras una hora de conversación.

-No -le respondí.

El día antes había telefoneado al hotel el que se hospedaba y tras presentarme como José Martí había pedido una entrevista.

-La señora Alonso solo da ruedas de prensa –me dijo la secretaria.

Media hora después sonó el teléfono. Era la secretaria:

-La señora Alonso dice que no puede negarle una entrevista a José Martí, poeta y revolucionario cubano. Le espera mañana a las once.