Marra y su guardaespaldas

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El semanario uruguayo Marcha convoca un concurso de cuentos. El jurado, del que formaba parte Juan Carlos Onetti concedió el primer premio al presentado por Nelson Marra con el título El guardaespaldas.

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Fue todo un éxito: a los quince días de ser publicado el jurado en pleno fue detenido, el semanario clausurado y el autor torturado y condenado a cuatro años de prisión por asistencia a la asociación subversiva.

“Soy un prototipo del prototípico gobierno uruguayo: la única persona a la que se ha condenado tanto tiempo por escribir un cuento tan corto” –me dijo Nelson Marra, un tipo con aspecto de hombre tranquilo pese a llevar en su mochila sentimental tres países de exilio: Suecia, España y Méjico.

El guardaespaldas era, según sus palabras dichas con la precisión del buen profesor de literatura en un instituto de Montevideo, la radiografía de un prototipo de torturador de la policía política. Un cuento de veinte holandesas que arranca en el momento en que el torturador es acribillado a balazos por un grupo opositor en la clandestinidad, concretamente los tupamaros. Mientras agoniza, el torturador recuerda su vida y a través de esos recuerdos se va reconstruyendo su entorno sórdido, obsceno, sucio interiormente.

Al ser detenido Nelson Marra pudo comprobar personalmente que lo que había imaginado era real: cada uno de los que le torturaban se veía reflejado a través de las páginas del cuento pero toda situación, por dramática que sea, tiene momentos grotescos.

Marra recordaba un momento de juicio en el que fue condenado:

-El coronel que me iba a juzgar quería saber más cosas. Estaba empecinado en averiguar quién estaba detrás de mí, políticamente y al interrogarme poco antes de firmar mi condena me preguntó con tono de suficiencia, las páginas del libro resbalando entre sus dedos, quién me influyo para escribir el cuento. Le miré y le respondí que creía que la influencia principal era de Mario Vargas Llosa. El juez dejó el libro sobre la mesa y gritó a un ayudante:

–¡Requiérame inmediatamente a mi presencia a ese Vargas Llosa!

El juez se irritó mucho cuando pasado un rato volvió el ayudante y le dijo: que el tal Vargas Llosa es escritor, es peruano, vive en España y no tiene nada que ver con los tupamaros.

-Desgraciadamente ese era el nivel del entorno militar uruguayo. La mayoría de ellos solo leyó mí cuento. Que gente que no había leído nada en su vida me leyese es un orgullo para mí.

Eso me contó Nelson Marra, su voz de hombre ya de vuelta de muchas cosas basculando entre la ironía y la beatitud.

Havemann y la mujer rubia de Berlín Oriental

Enrique Gimbernat me enseñó la foto de una mujer rubia peinada con cola de caballo. Era la mujer a la que tenía que seguir en Berlín Oriental. A Gimbernat, catedrático de Derecho Penal en la Universidad de Alcalá de Henares y jurista de prestigio internacional le habían encargado la defensa del disidente alemán Robert Havemann, detenido, juzgado y condenado en la República Democrática Alemana por sus críticas al gobierno, al que pedía apertura.

La mujer de la foto era su esposa y Gimbernat me dio las instrucciones para conectar con ella: debía viajar a Berlín oriental y el día escogido para el encuentro esperarla sentado en un banco frente a un número concreto de una calle concreta. Havemann, el disidente más famoso del mundo comunista, un intelectual de prestigio internacional, estaba bajo arresto domiciliario. Su esposa me llevaría hasta el piso en el que convivían.

-La mujer te mirará al pasar y solo tienes que seguirla. Si a los diez minutos de la hora fijada para la cita ella no ha pasado te vas y vuelves a las cinco de la tarde – me concretó Gimbernat.

Me dio la foto de la mujer rubia con cola de caballo.

-Mírala bien y cuando tengas su rostro bien retenido en tu memoria la destruyes. No pases a Berlín oriental con esa foto –dijo como despedida.

El día convenido, junto Josep Ramoneda y un intérprete cruce el paso fronterizo por el puesto Charlie. Recuerdo alambradas, perros, policías, pasillos estrechos. Fuimos registrado a conciencia y a la hora convenida tomamos asiento en el banco de la cita. Ante nuestra atenta mirada empezaron a pasar mujeres. Todas eran rubias con pelo peinado a lo cola de caballo.

Todas parecían ser la mujer de la foto pero ninguna lo era pese a que algunas nos miraban. Pasados diez minutos dejamos el lugar de la cita y nos fuimos a dar un paseo por la Alexander Place, tan hermosa como solitaria. En las tiendas había pocas cosas y en una floristería hacían cola muchas mujeres porque había llegado una remesa de no recuerdo que planta. En la puerta de lo que parecía buen restaurante nos dijeron que estaba todo reservado pero al decirles que pagaríamos con dólares nos buscaron mesa. Comimos bien, el servicio era muy bueno pero el restaurante estaba semivacío y todos los comensales tenían aspecto de ser altos funcionarios del régimen.

Regresamos a las cinco a nuestro lugar de cita para seguir viendo pasar mujeres rubias con cola de caballo. Ninguna tenía el rostro de la mujer de la foto y ninguna nos insinuó levemente con la mirada que la siguiéramos. A las cinco y cuarto volvimos a Berlín occidental por el mismo paso por el que habíamos entrado.

Desde el hotel telefoneé al contacto alemán de Gimbernat. Antes de que le pudiese explicar que la mujer no apareció el contacto se adelantó:

-No acudió a la cita porque la stasi interceptó nuestros contactos y no la dejaron salir de casa.

-Rubias con cola de caballo pasaron muchas –le dije.

-Igual alguna era agente de la stasi que os vigilaba con discreción.

Ruiz Mateos (correspondencia)

Cuando el primer gobierno socialista intervino Rumasa, con el ministro de Economía Miguel Boyer como estrella, escribí un reportaje explicando los entresijos del tinglado empresarial de José Maria Ruiz Mateos que tenía una abeja como símbolo (según el diccionario de Maria Moliner la abeja es “un insecto himenóptero que produce cera y miel; también se dice de las personas laboriosas y económicas que administran bien”).

Tras leer el primer reportaje el afectado me remitió un tarjetón con el escudo de marqués de Olivara y un texto lacónico que decía:

“Dios mío: ¿Qué le he hecho yo a usted?”.

Escribí un segundo reportaje y recibí nuevo tarjetón con el mismo escudo heráldico, supongo que comprado en la Serenísima República de San Marino o quizás en Andorra, paraísos republicanos en los que la gente con ínfulas de nobleza monárquica compra sus falsos títulos a precios de saldo:

“Muchas gracias por las lindezas que dices sobre mi modesta persona. El bueno de mi padre solía decir no tenemos más que lo que nos quieran dar. La santa de mi madre decía devuelve bien por mal. Obedeciendo sus intenciones le deseo lo mejor”, decía el tarjetón remitido desde la calle de La Alondra, y es que Ruiz Mateos tenía fijación por las aves y por eso era propietario de veintiséis hoteles con nombres de pájaros, desde Los loros a Los milanos pasando por Los mirlos.

Escribí más reportajes y a cada reportaje recibí un tarjetón de Ruiz Mateos, que amén de marqués de Olivara era caballero del Real Cuerpo de Hijoldalgos de la nobleza de Madrid y sumaba en su biografía una veintena más de títulos nobiliarios además de profesor mercantil, título este último que hay que pensar era legal:

“Mi querido amigo: Muchísimas gracias. Te quedo muy reconocido.”

Se definía como fiel hijo de la Iglesia Católica al punto de que antes de que Rumasa fuese intervenida quiso poner una abeja en todos los altares en los que Juan Pablo II oficiase misas durante su viaja por España. La Iglesia dijo que no, pero Ruíz Mateos, hombre batallador, no se rindió: seguí el periplo del Papa por España y en todos los actos multitudinarios vi como Rumasa regalaba miles de paraguas con el símbolo de la abeja para que los fieles se protegiesen del sol o de la lluvia, que de todo hubo en aquel periplo papal.

En su último tarjetón me decía con ironía:

“Querido José, ¡Eres tan humano! Un abrazo muy fuerte”.

Pasó el tiempo y dejó escribirme, entre otras cosas porque decidió ser prófugo de la Justicia

De tal palo tal astilla. Muerto ya el patriarca, la audiencia de Mallorca ha condenado a los hijos de Ruiz Mateos por estafar a un hotelero con el señuelo de Nueva Rumasa.