Aub y el breve retorno a la tierra
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El 28 de agosto de 1969, tres décadas de exilio en México, Max Aub, el del radicalismo crítico, el pesimismo moral, la ironía y el sarcasmo, volvió a España.
-He venido pero no he vuelto -me dijo, forma original de decir que no se iba a quedar: venía con visado por noventa días.
Gafas de gruesa montura negra enmarcaban sus ojos. Autor de obras de teatro, ensayista y novelista y, según decían los entendidos en arte, padre del cubismo, no era de extrañar que tuviese al alcance de sus manos dos agendas con direcciones cosmopolitas de gente variopinta del mundo de la cultura: personajes de Roma, Londres, Nueva York, París… Hijo de padre alemán y madre francesa no aprendió el castellano hasta los catorce años, una paradoja más en una vida llena de paradojas.
No le pesaban los años de exilio. Se había adaptado y se preguntaba si no había mucha gente que vivía exiliada en su propia tierra. Peua (diminutivo de Perpetua) su esposa, sonrió mientas me decía que su marido era un excelente conversador cuando estaba fuera de casa pero en casa hablaba muy poco, apenas nada, y al escuchar esto Max se encogió de hombres y musito “Bueeno…”, al tiempo de pedirme el teléfono de Manolo Vázquez Montalbán para poder conversar con él.
-Es el mejor poeta actual en lengua castellana –afirmó con rotundidad.
Moriría poco después, ya de regreso a su país de acogida, en el que fue protector de Sara Montiel, joven actriz que llegaba de España siendo una desconocida. Max Aub se fue en días largos del verano, inesperadamente, quizá como siempre soñó morir. Creía que azar y sorpresa son los motivos que dan interés a la vida. Se fue dejando en marcha un interesante proyecto literario con el título genérico de El pensamiento perdido. Pedro Altares, director de la editorial Cuadernos para el diálogo me explicó, muerto ya Max, que los tres primeros títulos de la colección iban a ser Confesiones profesionales, de José Gaos, El pozo de la angustia, de José Bergamín, y Aforismos, de Juan Ramón Jiménez. “Todas las obras llevarán un prólogo escrito por alguien residente en España”, siguió explicándome Altares. El título de la colección lo sugirió José Bergamín pensando en la España peregrina que dejó en el exilio obras que pasaron desapercibidas en España.
Eso le pasó al propio Max cuando quiso comprar en Valencia alguna de sus obas y no hubo manera: recorrió muchas librerías y no encontró ni una.
-¡Estos libreros! – me comentó con deje enojado.