Pujol en dos apuntes y un tapiz

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1) Exposición en Tarragona sobre el libro religioso en catalán. En un momento del acto un anciano sacerdote se acerca a la presidencia y, respetuosamente, besa la mano del cardenal, del nuncio, del arzobispo y, ya por inercia o quizá por creer que tras veinte años en el poder de la comunidad catalana ya podía ser Abad, besó la mano de Jordi Pujol, que impertérrito, le dijo:

“No hay para tanto”

La relación de Pujol con Dios tiene un antecedente: volando en helicóptero vio a un campesino haciendo fuego, ordenó al piloto descender en un prado cercano, se acercó al campesino, le metió una bronca, le anunció una multa y dicho esto, ante la mirada atónita del lugareño, ascendió a los cielos entre el polvo provocado por el helicóptero al despegar.


2) Cuentan que cuando sonaba el teléfono y al otro lado de la línea estaba Jordi Pujol más de uno se ponía a temblar pero no siempre había motivo. Un día de julio del 2003 Pujol y la delegada del Gobierno, Julia García Valdecasas, sostuvieron por teléfono una educada pero dura conversación. Por la tarde volvió a sonar el teléfono en el despacho de la delegada. Jordi Pujol al habla.

“La he visto triste esta mañana, Julia, y quiero que sepa que estoy a su lado; no sé si esto le servirá de algo pero quiero que lo sepa.”


3) “Servir a la política sin servirse de la política”

Esa era la reflexión fundamental del discurso que Pujol elaboró de forma personal a lo largo de varias semanas a modo de despedida. Un día, a principios del 2019 le pedí a Pujol una entrevista para hablar de la grandeza y la miseria de la política. Escuchó en silencio y amablemente dijo que no. Luego, me explicó la historia de un artista y un tapiz:

Hubo una vez un hombre que iba tejiendo día a día un gran tapiz. La gente miraba la obra. Unos la admiraban. Otras la criticaban. Había gente que veía cosas buenas y cosas que no les gustaban tanto. El artista, ajeno a todas las opiniones, convencido de lo que hacía, seguía trabajando.

Llegó el día, tras veinte años de trabajo, en el que gran tapiz estuvo ultimado. Solo quedaba por rellenar un rincón en la parte inferior y allí el artista dio forma a un dibujo que rompía la armonía del tapiz.

Eso ha sido la Cataluña que yo he hecho: un buen tapiz estropeado con una cagada final.