Andre Riccardi, familia y disgregación social

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Andrea Riccardi (Roma, 1950) es un historiador italiano. Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Roma III. Experto en temas de la Iglesia católica. También es autor de varios libros sobre la problemática de la Iglesia en el siglo XX, sobre todo en los países mediterráneos. Como profesor de historia del cristianismo y autor de numerosos libros, ha puesto su empeño en identificar los mecanismos de reproducción del prejuicio racista "moderno" (o postmoderno) y de criticarlos en la raíz.

​ Un día, al salir del museo del Holocausto, en Ruanda, Andre Riccardi se preguntó: “Tras lo que pasó ¿cómo podrán en el futuro convivir juntos hutus y tutsis?” Y reflexionando sobre esa idea se dio cuenta de que no era una pregunta para formularla solamente sobre África. Es también una cuestión que hemos de plantearnos ante el problema de la inmigración en un mundo en que ya nada es homogéneo. Hoy la diversidad es una realidad, una percepción. Hay deseos de homogeneizar pero no es fácil. Se ha pasado de los imperios a los estados nacionales y hoy estos últimos ya se tienen que abrir a las pluralidades.

​ Cree Andrea Riccardi que la globalización no ha construido un mundo cosmopolita. Lo que ha hecho es empujar a redescubrir las identidades nacionales, religiosas, étnicas… El cosmopolitismo ha quedado reducido a unas pequeñas capas sociales esparcidas por el mundo. Vivimos con miedo en un mundo demasiado grande y todos nos escondemos, nos agarramos a nuestras identidades. Hoy la familia sigue siendo un recurso en este tiempo de disgregación de la sociedad. Diría, incluso, que las convivencias no oficializadas se apoyan sobre la fuerza de la familia tradicional, la gente intuye que necesita redes y la red más sólida es la familiar. Treinta años atrás hablabas con un joven y te decía que la familia era un peso, una prisión del amor. Los jóvenes con los que hablaba Riccardi le expresaban ansias de familia. El mundo ha cambiado no sólo en el sentido de la secularización y la liberalización de costumbres. Ha cambiado también en el sentido de que se ha redescubierto una familia que había entrado en crisis. En esa sociedad mutantes católicos y laicos deben esforzarse en trabajar codo con codo: “La contraposición entre laicos y católicos me parece estúpida. Los valores religiosos no se han de tratar de imponer pero los laicos deben comprender que esos valores son un recurso para la sociedad”, decía.

​ En ese mundo que cambia de forma vertiginosa la gente busca la felicidad pero no ama el sacrificio. Es la paradoja del mundo contemporáneo. Las viejas generaciones hablaban del valor del esfuerzo, del sacrificio. Hoy no se habla de eso. Se habla de consumo y de felicidad pero la gente está angustiada. ¿Por qué? ¿Por qué se siente sola? ¿Por qué no ve claro el futuro?, se interrogó Riccardi antes de contarme que en un viaje por Guinea Cronakry le impresionó ver a un joven con una camiseta que llevaba impresa el rostro de Bin Laden. Lo paró y le preguntó si sabía quién era el señor que llevaba en la camiseta. El chico le respondió: “Sí señor: es un hombre que lucha por la justicia”, frase que provocó en Riccardi una reflexión: “El Islam fundamentalista puede llegar a ser la teología del rescate de los desesperados si no hacemos algo por aumentar su bienestar. La paz necesita de la reconciliación y del bienestar porque guerra y pobreza están relacionadas”.

​ Es un hecho, le dije a Riccardi que ha regresado la necesidad de Dios en tiempos en los que las iglesias tradicionales han entrado en crisis y proliferan las iglesias pentecostales o las sectas, muchas de ellas de espíritu totalitario. Le conté que en Estados Unidos vi una de las nuevas iglesias exhibiendo una gran pancarta en la entrada del templo ofreciendo s los fieles no consuelo espiritual sino la mejor refrigeración y los reclinatorios más cómodos de todas las iglesias de la ciudad (Riccardi soltó uan carcajada) y dijo “es un hecho que nuestros templos suelen ser incómodos y que las nuevas iglesias o sectas surgidas en los últimos años han hecho un buen proselitismo de mercado pero me pregunto si son más lobbys al servicio del poder que iglesias al servicio del ser humano y en el contexto actual, la unidad de las iglesias cristianas tradicionales es necesaria ya que su separación legitima la proliferación de las nuevas religiones”. Cuando nos despedíamos insitió en su mensaje:

Mi propuesta, realista, es la de la civilización del convivir porque creo que conviviendo se crea un mestizaje para que los jóvenes se enamoren entre sí y formen una familia, para que los valores de cada uno se compartan junto a las múltiples identidades: usted es católico, pero también es laico, y es español pero también es catalán y europeo. Es el conflicto el que lleva a que emerga una sola identidad.