Y si toca aquí…? - por Gonçal Évole senior

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Muy jodidas (no, lo siguiente, que se dice ahora) deben estar las arcas públicas para que el Estado, a través del ente de “Loterías y Apuestas”, haya puesto en marcha la campaña de Lotería de Navidad en plena canícula de primeros de julio en la que a nadie se le ocurre acordarse de la Navidad, y ya ha aparecido en prensa ese anuncio, todo un acierto publicitario con el lema rotundo y tentador de “Y si toca aquí?”, para que los loteros vayan haciendo acopio de décimos adelantando el dinero que para un Estado medio arruinado, es como llovido del cielo. Un pellizco por aquí, otro por allá y vamos tirando y tapando agujeros hasta que el Míster Marshall de Bruselas, apoquine de una vez por todas los 140.000 millones de euros que aliviarán los agobios y ya resolveremos como los distribuimos. Que esa es otra.

Esta campaña anual recuerdo que, invariablemente, se iniciaba a finales de noviembre y, sutilmente, el Gobierno de turno, fue adelantándola un mes y, finalmente se ponía en marcha en septiembre. Siempre surgía el graciosillo que opinaba que, más pronto que tarde, en cuanto se iniciara el verano, ya veríamos el anuncio. De momento, este año ya ha hecho su aparición la primera semana de julio y no pierdo la esperanza de que no tardará en iniciarse en plena Semana Santa. Al tiempo. La lotería semanal y, ya no hablemos la de Navidad, siempre ha ejercido una influencia tentadora en nuestro país y no son de extrañar las colas que se forman a las puertas de las administraciones en busca del décimo que se guarda celosamente con indisimulada esperanza hasta que llega la decepción del sábado.

Paco, mi quiosquero, uno de los últimos mohicanos que todavía guardan la prensa del día a sus clientes, tiene su chiringuito situado justo enfrente de una administración de lotería del barrio. Días atrás en que le cola era algo más que considerable, le pregunté si allí regalaban algo. Me pilló al vuelo la retranca y me contestó: “Pues no lo sé. Pero llevo aquí instalado casi treinta años y puedo asegurarte, que no he visto nunca a nadie saliendo de ahí dando saltos de alegría. Tenía a mi madre empecinada cada semana en la compra de un décimo. Le aconsejé que guardara los veinte euros o lo que cueste el décimo y lo guardara en un sobre durante todo un año. Así lo hizo y cuando transcurrió el tiempo convenido abrió el sobre y se encontró con una cantidad razonable. Mamá, le dije, “eso” es lo que te ha tocado.”

Nunca se me ocurriría que, comprar un décimo de lotería, tenga en absoluto nada que ver con la ludopatía y menos cuando se juega por Navidad en que no hay escaparate que no luzca el cartelito de “Y si toca aquí…?” Es una tentación poderosa por si se pilla algún “pellizco” que permita soñar en librar a los hijos de una hipoteca que les hace la vida imposible y si algo sobra un viajecito con la parienta en esos cruceros de lujo que se ven por la tele, con noches de bailoteo, espectáculos de lujo, tumbarse en las hamacas y hacerse una ridícula foto con el capitán del barco para luego presumir con los amigos. Cuando el sueño de la muchacha del cántaro de leche se desvanece, aún se quedan con el décimo en la mano, mirando incrédulos el reclamo de marras ya sin sentido: “Y si toca aquí…?”

– Gonçal Évole