Esto no es para viejos - por Gonçal Évole senior
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Paseo cansinamente –el calor agobia- por el barrio de Sant Ildefons de Cornellà. En la confluencia de la Avenida Sant Ildefons con la calle Doctor Arús ocupando toda la esquina, nos encontramos con una entidad bancaria en la que todos los días, en mi recorrido matinal de jubilado observo en plena calle, haga calor o frio, un más que considerable grupo de gente, esperando su turno para que les atiendan en cualquier gestión que deben realizar. Es una consecuencia más de las medidas preventivas por la pandemia que nos afecta y mucho me temo que esta “medida” se haya impuesto de forma definitiva y así evitar, de forma muy sutil, aglomeraciones en el espacio de espera de las sucursales. Los cajeros de la puerta principal de la oficina o “store” como han decidido llamarlas, están siempre ocupados. Los instalados en la esquina con la calle doctor Arús, parece que esta mañana están más libres. Doy la vuelta y se me acerca una señora mayor -por decirlo educadamente- y llama mi atención al tiempo que deja su carro de la compra al lado.
-Señor, señor, tendría usted inconveniente en echarme una mano… Antes he ido a la puerta principal, les he explicado que venía a retirar parte de mi pensión, como cada mes y me han dicho que lo hiciera por el cajero y yo, la verdad, no me aclaro con estas máquinas. Por favor, podría ayudarme?
-No es que yo esté muy ducho en estos menesteres, no crea, pero vamos a ver qué podemos hacer.
Saca de su bolso la libreta y le indico que la abra por las últimas anotaciones, manteniendo una distancia prudencial para que ella perciba que no tengo interés alguno en ver sus movimientos bancarios.
-Ahora haga que penetre en la ranura que indica “introduzca la libreta” y le saldrá en la pantalla “que se está actualizando la libreta”. Cuando termine, le pedirá el dinero que quiere retirar y usted lo teclea como si fuera un número de teléfono. ¿Ya está? Ahora le solicitará un número de código que le habrán dado en la oficina y haga lo mismo, lo teclea.
-Ah.., si!… lo llevo en el monedero
-Pues lo tiene usted que memorizar, imagine que le roban el bolso con el monedero.
-¡A mi edad, para eso tengo yo la cabeza!.
La señora sigue mis indicaciones y la máquina le devuelve su libreta y el dinero solicitado.
-Bien, señora, ya lo hemos solucionado.
-Lo que pasa señor, es que para el mes que viene, ya no me acordaré. Le cuento: Cuando abrieron esta oficina nosotros ya vivíamos en el barrio y con mi difunto marido, que hace años que se nos fue, decidimos abrir cuenta aquí. Cuando me quedé viuda, recuerdo al señor Vicente que era el director y que venía todas las mañanas de tomarse su cafelito y saludaba a todos los que estábamos a la espera. Para mí siempre tenía unas palabras amables. “Hola Emilia, ¿usted por aquí? ¿Se le ofrece algo? Si me necesita no tiene más que llamarme.” “No señor Vicente, sólo vengo a sacar algún dinero para pasar el mes”. “Bueno, si es sólo eso ya la atenderá el señor Juanito. Encantado, dándome unos golpecitos en la espalda.” Y Juanito el cajero hasta me preguntaba como quería los billetes. Todo era más humano, más cercano. Yo le estaba muy agradecida. De tanto en tanto me hacía pasar a su despacho y me regalaba un paraguas o una caja con un surtido de galletas. Y, eso sí, por Sant Jordi, siempre tenía el detalle de obsequiarnos a las clientas una rosa. ¡Qué segura me sentía!. Sin apenas darnos cuenta, dejamos de ver al señor Vicente y a Juanito lo trasladaron no sé dónde, nos dieron un número de código y una tarjeta de plástico que no sé ni para lo que sirve pues estoy acostumbrada a pagar en efectivo, así sé lo que gasto y lo que me queda. Era otra cosa, señor. Ahora te mandan a las máquinas y allá te las compongas. ¿Le apetece un café?
-No, por Dios señora Emilia, le he ayudado encantado. Otro día.
-Si no tiene prisa, me permite una pregunta ya que ha sido usted tan amable?
-Usted dirá..
-¿Cree que el día menos pensado volverán el señor Vicente y Juanito y todo será tan humano como antes?
-Lo dudo señora Emilia, lo dudo.
Me despedí de ella y seguí mi caminata con rumbo a ninguna parte de todas las mañanas.
– Gonçal Évole