Annabel y Georgi Markov

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Reconstrucción de un crimen de Estado:

“La KGB ya no es la dueña de todos sus secretos. La revolución democrática en la Europa del Este confronta a la KGB con la posibilidad embarazosa de que algunos de sus secretos puedan escapar de sus archivos. Uno de los secretos que personalmente debió preocupar a Kruschev fue la ficha del asesinato del escritor búlgaro exiliado Georgi Markov, asesinado en octubre de 1978. Meses antes del asesinato Zhivkov había pedido l ayuda de la KGB para silenciar la voz de algunos exiliados que le atacaban desde medios de comunicación de Occidente. La KGB puso a disposición de los dirigentes búlgaros uno de sus laboratorios de alto secreto. El primer objetivo fue el disidente Georgi Markov, antiguo protegido de Zhivkov, exiliado en Inglaterra. “Mientras estaba de vacaciones en el continente el servicio secreto búlgaro puso en las superficies de las habitaciones donde él vivía un veneno que según los especialistas de la KGB una vez absorbido a través de la piel le provocaría la muerte sin dejar un solo rastro. El plan falló y con la aprobación de Kruschev se decidió uno nuevo. La KGB en Washington compró varios paraguas que envió a los laboratorios en Moscú, donde las conteras de esos paraguas fueron adaptadas para que fuese posible inyectar veneno a la víctima con un pequeña bolita de metal que contenía ricino, veneno altamente tóxico hecho a partir del aceite de unas semillas” (“KGB: The Inside Story of its Foreing Operations from Lenin to Gorbachov”, del ex coronel de la KGB Oleg Gordevsky).

Annabel Markov, unos hermosos ojos azules, tenía 47 años cuando me recibió en 1990 en su piso en un barrio del sur de Londres al regreso de un viaje a Sofía. Hacia doce años que su marido había sido asesinando. .En la capital búlgara se había celebrado un acto en memoria del que fue su marido, Georgi Markov, y en el homenaje se leyeron párrafos de algunos de sus libros y se pidió una investigación oficial sobre su muerte al tiempo de que, en un gesto cargado de simbolismo, los asistentes abrieron los paraguas que sostenían en sus manos.

“Mi marido fue atacado un jueves sobre las cuatro de la tarde. Georgi solía dejar su automóvil en una zona de aparcamiento y cada dos horas atravesaba el puente de Waterloo para poner dinero en el parquímetro. Él no me explicó hasta la madrugada siguiente el incidente. Había regresado a casa sobre las diez de la noche y mientras cenábamos hablamos sobre nuestros trabajos, yo soy novelista, y sobre nuestra hija. Él estaba haciendo su turno nocturno en la BBC y tenía que levantarse sobre las dos de la madrugada y cuando hacia ese turno no dormíamos juntos. Él dormía en su estudio para no despertarme pero esa madrugada me desveló: desde mi cama le escuché moverse inquieto por el piso, me levanté y me dijo que no se encontraba bien. Toqué su frente con una de mis manos y se la noté hirviendo. Le puse el termómetro. Su temperatura estaba por encima de los 39 grados. Le dije que no podía ir a trabajar y me ocupé de telefonear a otra persona para que le sustituyese. Luego telefoneé al médico y mientras le esperábamos le puse toallas frías en la frente.

“Será la gripe –le dije.
“El me respondió:
“-Tengo un presentimiento terrible
“Luego añadió:
“-Tengo el presentimiento de que esta fiebre está relacionada con algo muy extraño que me ha ocurrido hoy.
“-¿Qué te ha pasado? –le pregunté inquieta.
“Me explicó que cuando atravesaba el puente de Waterloo y se encontraba muy cerca de la parada del autobús sintió un pequeño pinchazo en su muslo derecho. Miró alrededor y vio junto a él a un hombre que dejó caer al suelo el paraguas que sostenía entre sus manos.
“-Creo que dejó caer el paraguas para que no pudiera ver su cara –me explicó mi marido.
“El hombre le dijo:
“-Perdone – cruzó rápido al otro carril del puente y detuvo un taxi.
“Mi marido le observó y creyó intuir que no era inglés porque el taxista parecía tener dificultades para entenderle.
“-¿Por qué no me lo explicarte mientras cenábamos? –le pregunté.
“-No le di importancia, había olvidado el incidente- respondió.
“Se bajó el pantalón y me mostró una pequeña marca en su muslo. Era como la marca que dejaría el pinchazo de un bolígrafo: una señal muy pequeña, ligeramente inflamada. Sentí un estremecimiento de terror. ¿Por qué?, se preguntará usted. Porque durante muchos meses había sido amenazado. Había recibido avisos advirtiéndole de que se tramaba una conspiración para matarle.
“-El Politburó búlgaro ha decidido matarte por lo que estás escribiendo para Radio Free Europa –le advertían.
“Estas informaciones mi marido las recibía de un búlgaro que vivía en Occidente y decía ser amigo suyo. Siempre le pasaba información a través del hermano de Georgi, residente en Italia. En una información se nos dijo, y de ahí mi estremecimiento de terror al ver el pequeño pinchazo inflamado, que Georgi iba a ser envenenado y que el veneno utilizado haría creer que había muerto por causas naturales: tendría mucha fiebre y los médicos creerían que moría de una gripe vírica o de una infección de origen desconocido. Incluso se nos dijo que el veneno ya había sido probado en Moscú y enviado a algunas embajadas búlgaras en Occidente. Toda la información recibida hasta entonces llevó a Georgi a pensar que el veneno le sería administrado por vía bucal.
“Cuando recibíamos esas informaciones tomábamos precauciones pero pasaba el tiempo, no ocurría nada y Georgi se relajaba pensando que esas historias se le filtraban para aterrorizarle. En una ocasión fuimos de vacaciones a Cerdeña y mientras estábamos allí nos llegó un mensaje diciéndonos que Georgi iba a ser asesinado esas vacaciones. Se nos dijo que alguien a quien conocíamos se nos acercaría a saludarnos e invitaría a Giorgi a tomar una copa en el bar del hotel.
“-Cuando estén los dos en el bar llamarán a Georgi al teléfono pero no habrá nadie al otro lado del aparato; cuando regrese al bar debe hacer un gesto simulando torpeza y arrojar la copa al suelo porque habrá sido envenenada –se nos advirtió.
“Pero no pasó nada. Nadie se nos acercó pero si nos amargaron las vacaciones y Georgi me dijo:
“-Ellos están jugando conmigo, están intentando que deje de escribir-
“Estos avisos continuaron durante nueve meses sin que ocurriese nada y el momento elegido por ellos para actuar estuvo bien calculado: Georgi había bajado la guardia.
“Georgi escribió, sobre todo en las memorias que provocaron su muerte, que la política de Zhivkov se basaba en mantener buenas relaciones con escritores y artistas por creer que toda revolución que acabase con su dictadura surgiría de la inteligencia creativa. Georgi describía en sus memorias como fue invitado a dar un paseo con Zhivkov y cómo cenó varias veces con él. Tuvo la oportunidad de observarle muy de cerca y aunque nunca fue su amigo llegó a conocerle bastante bien. En sus memorias, que empezaron a emitirse por Radio Free Europa en 1976 Georgi da una visión de cómo el totalitarismo corrompió desde el principio a todo un país. Georgi dedicó varios capítulos de sus memorias a describir sus encuentros con Zhivkov y fue poco después de que esos capítulos se emitiesen cuando empezaron las amenazas. Releerlos ahora produce una sensación curiosa porque los encuentras suaves, moderados, contenidos. En mi viaje a Sofía vi caricaturas increíbles de Zhivkov.
“Esas páginas provocaron la ira del dictador porque éste se había construido una personalidad falsa a su alrededor y Georgi la denunciaba trasmitiendo una visión distinta, la de un dictador en una sociedad cerrada. Después de que Georgi hubiese muerto supe que el embajador británico en Sofía había sido llamado varias veces al Ministerio de Asuntos Exteriores búlgaro para recibir protestas por los programas de Georgi.
“Él nunca fue marxista. Nunca perteneció al Partido Comunista. La suya es una historia interesante. A los veinte años participó en una revuelta contra el sistema. Fue en 1949, poco después de que comunismo se impusiera en el país. Tuvo suerte y cayó enfermo poco antes de la revuelta. Todos los líderes fueron detenidos, torturados y en muchos casos asesinados. Georgi también fue detenido y en la cárcel vio a su mejor amigo, tan torturado que apenas le reconoció. Georgi estuvo tres meses en régimen de confinamiento, aislado, pero el hombre que le interrogaba era muy inteligente y no le torturó. No es que fuese más humano que el Ivanov de El cero y el infinito, de Koestler que el Gletkin torturador pero vio en Georgi a alguien demasiado valioso para ser malgastado. Un día el interrogador le sorprendió diciéndole:
“-Puedes ir a tu casa este fin de semana.
“Era el 9 de septiembre y en las calles todo el mundo celebraba el aniversario de la revolución comunista. Georgi me contó que paseaba por aquellas calles en fiesta y pensaba que la revuelta de tres meses antes había sido un gesto inútil porque toda aquella gente parecía muy satisfecha con el sistema comunista. Se derrumbó. Y eso era exactamente lo que había previsto el hombre que le interrogaba. Cuando pasado el fin de semana Georgi volvió a la cárcel lo hizo pensando que si tenía que vivir en aquel sistema subiría hasta la cumbre y lo reflejó treinta años más tarde en un libro en el que cuenta la historia de un hombre al que le ocurrió eso y yo sé que ese hombre era Georgi porque él me lo había contado antes.
“Su problema era el de ser una persona a la que resultaba imposible comprometer políticamente. Subió, subió mucho, pero conforme subía su escritura se iba acercando a la frontera de la permisividad. Una de sus novelas fue prohibida. En 1969, un año después de la invasión rusa de Checoslovaquia, escribió una obra teatral.
“-¿Por qué has escrito esa obra checa? – le preguntó un miembro del Comité de Cultura del Partido.
“Un buen amigo le aconsejó que abandonase el país.
“-Mañana te van a retirar el pasaporte –le confió.
“Georgi marchó a Italia. En sus memorias explica que pensaba que era cuestión de estar fuera de Bulgaria unas pocas semanas pero creo que en su corazón sentía que marchaba para siempre. Y así fue: nunca volvió.
“Un amigo exiliado me dijo un día:
“-A Georgi le han matado porque su éxito como escritor en Occidente hubiese dado esperanzas a todos los artistas que planeaban desertar.
“Si me pregunta si su muerte fue rápida tengo que decirle que no. Utilizaron un arma que por primera vez permitía al asesino escapar sin peligro antes de que se sospechase que había cometido un asesinato. Es significativa la fecha: el 7 de septiembre era el cumpleaños de Zhivkov y Georgi tuvo su gran crisis el día 9, aniversario .de la revolución comunista en Bulgaria. Ellos programaron el crimen para que Georgi muriese el día 9, como regalo de cumpleaños a Zhivkov pero sobrevivió hasta el día 11. Murió el lunes, a media mañana, tas sufrir un colapso y quedarse sin presión sanguínea. En el hospital no entendían lo que le pasaba. Le dieron muchos antibióticos y luchó por superar las crisis, luchó mucho, fue valiente, realmente valiente, pero todo fue inútil. De ese final solo puedo decirle que no quiero recordar lo último que me dijo. No puedo hablar sobre eso. No quiero pensar sobre su muerte de ese modo.
“Los médicos creían que se salvaría pero en la madrugada del domingo empezó a sufrir crisis cardíacas y unas horas después su corazón se paró para siempre. En el hospital sospecharon algo raro desde el principio.
“-Creo que habrá una crisis internacional con esta muerte –me dijo uno de los médicos minutos después de que Georgi falleciese. Horas antes de morir había pedido hablar con inspectores de la rama especial de Scotland Yard.
“-Iremos el martes por la mañana –dijeron.
“Acababa de cerrar sus ojos cuando unos inspectores entraron corriendo en la habitación y me dijeron que querían las ropas que Georgi llevaba cuando le pincharon.
“-Queremos ver esas ropas como primer trabajo de la investigación –me dijeron.
“-¿Qué creen ustedes que ha pasado? – les pregunté.
“-Que su marido ha sido asesinado –me respondieron.

“Fue una historia tan extraordinaria que durante dos semanas ocupó los titulares de las primeras páginas de la prensa. Hubo periódicos que dijeron que ese crimen no pudo haber ocurrido, que Georgi estaba paranoico, que todo era una fantasía. Habían pasado tres semanas de su muerte cuando se encontró en el muslo de Georgi una pequeña, minúscula bolita que no se había visto en la primera autopsia pero la policía, tenaz, ordenó que un trozo de piel de la zona del muslo en la que había aparecido el pinchazo fuese enviada a un centro de investigación biológica y allí esa piel fue analizada, descubriéndose esa bolita que de tan diminuta era imperceptible en una autopsia normal. Fue por entonces que otro disidente búlgaro que vivía exiliado en París, Vladimir Kostov, probablemente el periodista de televisión más conocido en Bulgaria antes de exiliarse, dijo que viajando en el metro de París creía haber sufrido un ataque similar al de Georgi : él también sintió un pinchazo, un dolor como si una avispa le hubiese picado en la espalada y cuando aquejado de estado febril ingresó en un hospital los médicos encontraron la señal de un pinchazo y de esa señal extrajeron una bolita diminuta similar a la que se encontró en el muslo de Georgi.

“Esa bolita era la portadora del veneno que los especialistas afirmaron que, administrado en pequeñas dosis, tenía efectos mortales. Era un veneno excepcionalmente fuerte y maligno. Los especialistas también llegaron a la conclusión de que era un veneno que se da solamente en el Este de Europa. En Vladimir Kostov no funcionó bien porque no utilizaron la dosis suficiente o porque no llegó al sistema sanguíneo, como ocurrió con Georgi. Kostov quizá tuvo tiempo de desarrollar anticuerpos en su sistema. Durante las investigaciones judiciales se supo que este tipo de veneno había sido probado con un cerdo porque es el animal más cercano al ser humano por el tamaño de sus órganos. El animal murió de forma casi idéntica a Georgi, después se sufrir los mismo síntomas. Georgi pensaba que nunca se atreverían a matarle por temor a provocar un escándalo. Quizá sea cierto que su asesinato, como me dijo su amigo, fue como un aviso para todos los disidentes en potencia que pensaban escapar del país. “¿Qué cómo nos conocimos? Fue a principios de 1974, trabajando los dos en la BBC. Nos casamos en julio del 75. Cuando llevábamos tres años casados tuvimos una hija. Han sido años duros pero la vida es muy corta y no puedes malgastarla. Soy fatalista y, al contario que Georgi, que creía que no hay un modelo de vida y que eres tú el que pones el modelo, el que decides cómo va ser tu vida, yo creo que la vida la puedes modelar muy poco y a ti sólo te cabe el recurso de luchar contra las cosas que pueden derrotarte.

“No terminar destrozada; esa es la cuestión”.

De espías y disidentes

María Litvinenko, en un hotel d Barcelona: “El 23 de noviembre del 2006, sobre las nueve de la noche, mi marido moriría en el University College Hospital de Londres. Según los informes médicos fue envenenado con plutonio 2010, una de las substancias más tóxicas que se conocen. Según la investigación policial el envenenamiento lo llevó a cabo un agente ruso que puso la dosis mortal en la tetera de la que se servía mi marido en el Pini Bar del hotel Millenium, en Picadilly. Mi suegro tenía razón al decir que a su hijo le habían matado introduciendo en su cuerpo una diminuta bomba nuclear. Mi vida cambió desde entonces pero quiero seguir siendo la esposa del marido con el que acababa de empezar una nueva vida tras una huida dramática de Rusia”. (Litvinenko fue un espía soviético que desertó y en Londres se puso a trabajar para el magante Boris Berezovsky, también exiliado y enfrentado a Putin tras haberse hecho multimillonario en el entorno de Boris Yeltsin en los tiempos de privatizaciones al final del comunismo. María Litvinenko escribió el libro Muerte de un disidente, una historia de ambiciones, pasiones, corrupción, conspiraciones y crímenes).

John Le Carré, en un hotel de Zurich: “Solo se puede traicionar si se ama. Sin lealtad no hay traición. Sin la verdad no hay mentira. Y en algunas vidas, la de los espías, la de los disidentes, hay momentos en los que se debe elegir entre la obligación personal o la obligación con la patria”. Le Carré me había dicho que al escribir La Casa Rusia tuvo dificultad para encontrar el modelo físico de Katia. Encontraba su voz en las mujeres rusas que veía pero no el físico que había imaginado para dar vida a una mujer “con la clase que solo la naturaleza puede dar”. Quizás a Le Carré le hubiese inspirado la belleza eslava de Maria Letvinenko, sus ojos azules o verdes, según la luz, mujer de aspecto frágil, profesora de baile y con un inesperado papel en una historia shakesperiana hecha de ruido y de furia. Había en Marina algo de la Katia carreniana. Quizá Le Carré me diría hoy que ambas, la Katia de ficción y la Maria real tienen en común que ambas se parecen a la chica que redime a Raskolnikov al final de Crimen y castigo.

Frederick Forsyth, en el domicilio del autor en Londres: “Son pocos los espías que mueren pero mucha gente muere por culpa de los espías. Creíamos que con el final de la guerra fría este tipo de asesinatos había quedado obsoleto incluso para los novelistas pero nos equivocamos. El desorden del nuevo siglo extiende el mapa del crimen mafioso, sea político o económico”.