El Asesino de Moral Ejemplar

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Carlos García Juliá asesinó a dos de los abogados laboralistas de la madrileña calle de Atocha. Los asesinó disparando sobre ellos seis tiros con su Star modelo Súper a la que había colocado un cañón del 9 Parabellum.

Yo estaba en la sala que le juzgaba junto a media docena de hombres más, todos militantes en la ultraderecha. Desde mi asiento veía sus espaldas ligeramente inclinadas. Habían asesinado a cinco abogados y herido a otros cuatro, ente ellos a a una mujer que nunca pudo superar el trauma de seguir viviendo mientras su pareja y sus amigos habían muerto y acabó suicidándose años más tarde.

A García Juliá el párroco de la iglesia de San Ginés le definió como normal, jovial, cariñoso, de moral ejemplar. El párroco definió también a los padres: García Juliá era hijo de un comandante de artillería, cristiano cabal que frecuentaba diariamente los sacramentos, y de una señora a la que cabía definir como de principios religiosos arraigados y buena educadora de sus hijos.

Pese a vivir en esa familia ejemplar, García Juliá fue un mal estudiante y acabó repartiendo bebidas alcohólicas. Siempre vistió cazadoras oscuras y gafas ahumadas. Militó en la ultraderecha de Blas Piñar y una foto que obraba en el sumario le mostraba tras el líder, sosteniendo una bandera de la España preconstitucional.

-Usted fue disparando sobre las victimas indefensas –le dijo el abogado de la acusación, Stampa Braun.

-Estaba nervioso – respondió García Juliá.

-No tanto como para no errar en los disparos… El joven de moral intachable no respondió. Su vida y el crimen que la cerraba estaban en las 1.579 páginas del sumario que acotaban con precisión ideales confundidos con desvaríos. Asesinó, junto a los que se sentaban en el banquillo, porque les dolía España. Eso dijeron en el juicio.

Gente modélica como la que por error, confundiéndola con una líder estudiantil, asesinó a Yolanda González, que murió sin saber porque la insultaban y golpeaban antes de pegarle dos tiros.

El juicio por la matanza de Atocha fue duro de llevar, con jóvenes con camisas azules gritando que los muertos eran unos cerdos. Ahora, la justicia va poner en libertad al asesino que se fugó sin cumplir su condena. La ley dice que debe ser así.

Debe ser cierto que eso dice el Código Penal. Pero no quiero vivir con una ley que se burla de la memoria de los muertos. De cualquier muerto. El abogado de García Juliá se burló de esos muertos durante el juicio al decir que fue la mala conducta de los abogados lo que le impulsó a aceptar la defensa del hombre que les mató.