Desahucio - por Gonçal Évole

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En la mañana del lunes 14 de junio, la siniestra comitiva judicial, llegaba a un domicilio de la calle Bacardí del barrio barcelonés de Sants y pulsaron el timbre de un determinado piso. (Me permitirá el posible lector la licencia de recordar al poeta Gabriel y Galán). Se abrió la puerta al tiempo que se oía una voz trémula: “Señol juez, pasi usté/más alanti i que pasin, tos esus/ pero me va a concedel/ se lo ruego por favol/ un momentu/. Atendida la petición, el hombre de una edad cercana a los 60, avanzó ligero por el pasillo hasta alcanzar una habitación y, un trágico “momento” después, la comitiva pudo oír un estruendo y un golpe seco, violento, contra el suelo del patio de luces al que daba la habitación.

Al día siguiente los cronistas de La Vanguardia Luis Benvenuty y Maika Navarro, narraban con su maestría habitual, el espeluznante suceso. Pormenorizaban que el hombre había perdido su trabajo hacía seis meses y agotados todos sus medios para una existencia digna. Con la misma dignidad que describe el poeta, recibió a la comitiva judicial, con un “Señol juez, pasi usté…” El golpe seco que se oyó al chocar contra el suelo, anunciaba la tragedia: muerte instantánea. Se fue el hombre y punto. Para él se había acabado el acoso acuciante, sus miedos a quedarse en la calle buscando cajas de cartón donde refugiar su cuerpo al llegar la noche, las imperiosas citaciones judiciales, su peregrinar de empresa en empresa buscando un trabajo que le permitiera recuperar su dignidad perdida, su absoluta soledad en una ciudad que siempre se le mostró esquiva, adversa, distante.

Las preguntas que me han acongojado durante estos días, no podían ser otras: ¿Qué cuerpo se le debió quedar al juez que dio la orden de ejecutar el desahucio? ¿El propietario del piso habrá podido dormir tranquilo? Son aquellas pequeñas cosas que te hacen pensar en las muchas injusticias anónimas que ocurren a nuestro alrededor. Quizás ahora, con la mente ya fría, pienso en que el piso, testigo mudo de la tragedia, habrá quedado definitivamente vacio , el propietario volverá a alquilarlo tal vez a otro infeliz y… “a otra cosa, que tengo prisa por llegar puntual a la misa de once”.

La calle Bacardí habrá recuperado su normalidad habitual después del revuelo inicial de coches policiales y ambulancias, como si nada hubiera ocurrido, ajeno a la desesperación del que hacía tan sólo unos días había sido su vecino y compraba lo estrictamente necesario en el colmado de la esquina para subsistir un día más. Tal vez algún conocido ocasional de la misma calle, por unos días encontrará a faltar su saludo matinal y después el más absoluto olvido. La sociedad hipócrita que nos ha tocado vivir es así y el hombre, en su soledad, no encontró mejor solución.

– Gonçal Évole