John Le Carré en mi memoria

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David Cornwell dió una calada al cigarrillo y con gesto de hombre tímido y bueno se encogió de hombros, sonrió y me explicó el origen de su seudónimo: “Cuando escribí mi primer libro mi editor inglés me aconsejó me buscase un buen nombre anglosajón, a ser posible de dos monosílabos, algo así como Jeff Brow o John Smith, y me dió por buscar un seudónimo complicado y anglo francés”.

Así empezó, en un hotel de Zurich, la primera de mis entrevistas con John Le Carré, el novelista de la guerra frían narrador de la podredumbre capitalista de la globalización. Hombre de dilemas éticos presentados a través de personajes cargados de contradicciones; narrador también de un mundo, el del espionaje, abierto a confidentes, embusteros y estafadores “porque hay mucho dinero disponible, negro y pagado al contado, y nadie reclama cuando se siente estafado”. En ese mundo de espías, que definió como un gran comercio sumergido, la ciudad de Beirut la recuerda como metáfora de la irrealidad: “Entré en mi habitación, sonó el teléfono y una voz de mujer preguntó “¿John?”. Ninguno de mis conocidos me llama John, así que le dije que se había equivocado, a lo que ella respondió que se estaba volviendo loca. “No importa que no seas el John que busco: ven a mi habitación, tengo miedo, te necesito”, gritó. Colgué el teléfono”.

Si el educado Le Carré refleja en sus novelas el fracaso sentimental de sus personajes masculinos inmersos en trabajos clandestinos, “hombres que viven fantasías colectivas en comunidad, a expensas del amor normal”, el cordial David Cornwell reconoce ser un hombre que a través de algunas de su novelas ha reflejado la búsqueda nostálgica del padre estafador que pasó por su vida de forma rápida y conflictiva.

-Uno de sus personajes femeninos le dice a su ex marido espía, cuando se encuentran para recordar su fracaso: “Sólo te sientes seguro cuando estás desilusionado”. ¿Por qué? – le pregunté a Le Carré.

-Con desilusión se cazan espías porque espiar es esperar pese a todas las desilusiones, pero con desilusión no se levantan ni se sostienen los frágiles cimientos del amor –me respondió.

Nos volvimos a ver en Barcelona. Volvimos a conversar sobre lel fracaso sentimental de sus personajes.

Me dijo:

Es cierto que otra de las causas del fracaso sentimental de mis personajes radica en la naturaleza muy peculiar de la clase media inglesa, educada en estrictos colegios privados y sujeta, desde muy pronto, a la creencia de que la verdadera vida está dirigida por hombres y en comunidad. Es doloroso llevar siempre encima consigo el peso de la educación inglesa.

Anna, Bella, Stefanie, Mary, Mabel, Hannah… Mujeres para el recuerdo de los lectores de John Le Carré, educado, tímido y sentimental.