Matilde Urrutia y Pablo Neruda

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LA ENTREVISTA

De confieso que he vivido, memorias de Pablo Neruda, capítulo titulado Matilde Urrutia, mi mujer:

“Mi mujer es provinciana, como yo. Nació en el Sur, en Chillán, famosa en lo feliz por su cerámica campesina y en la desdicha por sus terribles terremotos. Al hablar para ella lo he dicho todo en mis Cien sonetos de amor. Tal vez estos versos definen lo que ella significa para mí. La tierra y la vida nos reunieron.

Aunque esto no interesa a nadie, somos felices. Dividimos nuestro tiempo común en largas permanencias en la solitaria costa de Chile. No en verano, porque el litoral reseco por el sol se muestra entonces amarillo y desértico. Sí en invierno, cuando en extraña floración se viste, con las lluvias y el frío, de verde y amarillo y de azul y de purpureo. Algunas veces subimos del salvaje y solitario océano a la nerviosa ciudad de Santiago, en la que juntos padecemos con la complicada existencia de los demás.

Matilde canta con voz poderosa mis canciones. Yo le dedico cuanto escribo y cuanto tengo. No es mucho, pero ella está contenta. Ahora la diviso como entierra los zapatos minúsculos en el barro del jardín y luego también entierra sus minúsculas manos en la profundidad de la planta.

De la tierra, con pies y manos y ojos y voz, trajo para mí todas las raíces, todas las flores, todos los frutos fragantes de la dicha”.

Matilde Urrutia recordaba sonriendo que Pablo le decía algunas veces:

-Vámonos al Sur, a escuchar cómo cae la lluvia y los dos íbamos al Sur, a las regiones de Chile en las que teóricamente siempre llueve pero cuando llegábamos nosotros dejaba de llover y era desesperante quedar a la espera; cuatro o cinco días esperando la lluvia.

Matilde rememoraba la anécdota con infinita ternura. Pronunciando el nombre de Pablo y arrastrando las letras en una larga cadencia musical me contó también que un día le dijo, sentados los dos en un banco de piedra frente al mar, en su casa de isla Negra, que quería ser enterrado allí, ante el mar. Son cosas que me dijo conversando en Barcelona en el tiempo más duro del post golpe en Chile y cuando Matilde me contaba eso Pablo ya estaba enterrado en el nicho sencillo de un cementerio “teniendo frente a su tumba todo un mar de cruces”.

-¿Por qué sigue usted viviendo en Chile?

-Es mi país y hasta cierto punto lo necesito. Me he hecho una vida y me la he arreglado para poder seguir viviendo allí. No digo que sea cómoda, pero me basta. También continuo en Chile porque tengo que cuidar de todo lo que Pablo dejó: sus recuerdos, su biblioteca, sus papeles, sus colecciones… Prácticamente no hago vida social. Soy una mujer que vive enclaustrada en las casas que compartí con Pablo, inmersa en el trabajo. No tengo amigos porque los amigos de Pablo ya no están aquí. Unos porque eligieron el exilio y otros porque fueron asesinados por la dictadura.

-¿Son parte de ese mar de cruces frente a la tumba del que fue su esposo?

-Pudieran ser.

-A él también le gustaría ese mar…

-Es lo que veces pienso: que no está mal donde está. En ese nicho frente al quieto mar de las cruces pobres.

-Para usted ¿qué es el mar?

-Lo que ha sido siempre: una visión desde un pequeño montículo en Isla Negra, sentados Pablo yo al atardecer en un banco de piedra. Él decía: “Aquí voy a quedarme, mirando el mar cuando muera”. No me disgusta que esté enterrado frente a las cruces pobres pero me gustaría que en el futuro pudiese reposar frente al mar que tanto amó.

-Isla Negra ¿se le hace insoportable sin él?

-No. Nunca sentí esa sensación. Allí me acompañan los recuerdos de Pablo. Ocupo el mismo dormitorio, que sigue exactamente igual que cuando Pablo murió: los mismos objetos en los mismos sitios, los mismos libros que estaba leyendo en el mismo sitio en el que los leía.

-¿Qué libros?

-Amontonaba cerca de la cama muchos libros. Siempre tenía a mano títulos de novelas policiacas o de historia, de geografía o, naturalmente, de poesía. Poco antes de morir estaba leyendo entusiasmado uno de Góngora y otro de Whitman. Dos libros hermosamente impresos que había comprado en París.

- ¿Cuál era su autor preferido en novela policíaca?

- Los leía a todos.

- ¿Le gustaba el Borges policial?

-Creo que sí, aunque solía leer más policiales en francés o en inglés. Gallimard le mandaba todo lo policial que publicaba y era mucho. ¡Hay en casa una biblioteca inmensa sobre el género de lo policial!

-Y a los libros que escribió Pablo ¿cómo los trata la dictadura?

-Salvo sus memorias, se pueden comprar en las librerías pero llegan completamente en silencio, sin un solo aviso. No aparece tampoco ninguna crítica de sus últimos libros, que son las de mayor densidad según los estudiosos que analizan por el mundo las obras de Pablo. Me decía un hispanista inglés que Pablo había llegado en sus últimos libros a una simplificación tan profunda del lenguaje que, en ocasiones, él tenía que estar tres y cuatro días estudiando el mismo poema. De los ocho libros de Pablo que han entrado en Chile sin ninguna dificultad no se ha escrito ninguna crítica, no se sabe que existen… pero se pueden comprar en las librerías.

*Contrapunto: habla Jorge Edwards, diplomático y escritor que estuvo siempre muy cerca de Neruda:*

“Creo que Matilde hizo bien en quedarse en Chile. Está bien que se queden personajes con notoriedad y que a través de ellos la cultura se conserve aunque sea bajo capas de hielo. Ella ha conseguido salvar la biblioteca y los papeles de Neruda. Eso es muy importante porque era un coleccionista ávido, un bibliófilo compulsivo. Fue, además, un hombre de mucha correspondencia. Matilde ha hecho una labor deliberadamente modesta. Ha dicho: “Yo me quedo aquí, callo y conservo lo que tengo que conservar”. Está muy bien que alguien haga estas cosas”.

El día del golpe de estado Matilde Urrutia no tuvo miedo ni por ella ni por Pablo. Fue después, cuando supo que su casa en Santiago había sido destruida vandálicamente, inundándola como si fuese un canal, cuando temió por él. Se dijo, angustiada, que había de tener miedo porque los que destruyen hogares y obras de arte también son capaces de destrozar a un hombre. Convenció a su marido de que debían abandonar el país, aunque solamente fuese por unos meses, hasta que la situación se normalizase. Méjico puso un avión bajo su cobertura diplomática a disposición del matrimonio y su valija fue transportada a la sede de la embajada. Todo estaba dispuesto…

Llegado a este punto de la narración Matilde Urrutia reclinó su cabeza en el respaldo de la butaca y, mientras sus dedos delgados jugueteaban mecánicamente con la fina cadena de oro que pendía de su cuello, me explicó con tono de voz emocionado que todo fue inútil:

-Pablo murió el mismo día en el que debíamos partir. Cuando me preguntan si creo que hubiese podido vivir más tiempo de no haberse producido el golpe de estado del 11 de septiembre respondo que sí. Los médicos me habían asegurado que viviría cinco o seis años más. Como dijo un amigo venezolano y yo suscribo, Pablo murió de mal de Chile. Dejó de inventar, porque siempre estaba inventando cosas. Dejó de escribir con su letra nerviosa y rápida y yo dejé de transcribir la primera copia de lo que él creaba. Dejó de sentarse frente al mar, de invitar a una comida íntima a sesenta amigos. .Dejó de vivir y yo dejé de ir al Sur a escuchar el ruido de la lluvia porque oír el manso caer de la lluvia sin tener a Pablo a mi lado me haría morir de tristeza.

-¿Qué es el mal de Chile?

-¿Cómo explicarlo? Me hace usted una pregunta muy difícil…En el momento del golpe de estado Pablo está internado en una clínica y le afectó enormemente conocer las noticias de esos días, la muerte de muchos de sus amigos, el encarcelamiento de otros muchos o a los que dejó de ver porque se habían exiliado o escondido. Eso es lo que podríamos llamar el mal de Chile.

En el Chile de los primeros años de la dictadura mucha gente se acercaba a Matilde en la calle para hacerle llegar el breve, en ocasiones apenas perceptible gesto cordial de simpatía o solidaridad. Fue un tiempo en el que ella fue muchas veces a las cárceles a visitar a los viejos amigos de su esposo, entre ellos el comunista Corvalán. No hablaba con ellos de ideologías porque Matilde no fue nunca militante de nada, sólo fue una mujer de hogar que quiso estar con su marido en cada momento y así fue, me explicó, como en sus visitas al encarcelado Corvalán, militante histórico del comunismo en el que también militó Neruda, Matilde y el preso charlaban de cosas intrascendentes o nimias.

-A veces le llevaban de visita a su nietecita y puede parecer increíble que en aquella situación la conversación se hiciese tan familiar, como si en lugar de estar en una cárcel conversáramos al calor del hogar. Fueron visitas, conversaciones, que a todos los presos que visité les reconfortaba cuando me veían llegar y a mi dejaban hundida al marchar.

*Contrapunto: Jorge Edwards, diplomático y premio Cervantes, explica al autor su opinión sobre la crisis de Neruda con el comunismo:*

“Se transformó de forma disimulada, sin decirlo de forma pública, en una especie de revisionista, en un crítico, en un hombre con muchas dudas. El último Neruda era un hombre de vuelta de muchas cosas. Creo que empezó a cambiar cuando murió Stalin y llegó Kruschev. Neruda era muy kruscheriano, muy partidario del deshielo precursor que llegó de la mano de Gorbachev. Cuando éste visitó Chile yo estuve sentado al lado de Neruda durante un almuerzo y se mostró de acuerdo cuando le hablé del tema. “Yo –me explicó- he pedido muchas veces que se reivindique la memoria de Kruschev y nunca me han hecho caso, siempre encontré resistencia”. Cuando comienza la revolución castrista, Neruda viaja a Cuba y escribe Canción de gesta, pero regresa con cierto pesimismo y muchas reticencias. Me dijo: “Jorge, creo que esta revolución es demasiado izquierdista”. En 1966, a raíz de un viaje de Neruda a Estados Unidos invitado por el Pen Club presidido entonces por el dramaturgo Arthur Miller, los escritores cubanos firmaron una carta muy violenta contra él. Neruda nunca perdonó esa carta porque había sido ordenada por Fidel Castro. “¿Cómo, si no es así, la firmaría Alejo Carpentier, el hombre más apolítico que he conocido en mi vida?”, me dijo”.

Sigue hablando Matilde Urrutia:

-En Chile me siento un poco sola. La compañía, lo que se dice compañía la tengo, como le dije, en los objetos de Pablo y en su recuerdo, que sigue siendo muy vivo. No es la soledad del alma la que siento sino la de la falta de los amigos que siempre nos rodearon. A mi edad es difícil hacer nuevos amigos; los amigos se forjan siendo joven.

-Usted ¿también confiesa que ha vivido?

-Sí, pero no como Pablo, naturalmente. Ocurre que al perder al hombre también quedé como muerta.

-Esa muerte en vida ¿es melancolía?

-No. Pero no sé explicarle lo que es. Po ejemplo, no hago vida social, no salgo de casa ni para ver una película y a mí me gusta mucho el cine. Me quedo en tristeza pero no con tristeza. Permanezco viva porque me gusta ordenar los papeles de Pablo, cuidar el jardín… ¿Le dije que soy jardinera? ¿No se lo dije? (ríe) Pues sí, soy jardinera. Y no sé si le dije que en la sala de estar en la que se veló a Pablo… ¿Se lo dije…?

-No.

-Pues en esa sala de estar me quedo ahora trabajado hasta bien entrada la madrugada, leyendo o escuchando música y no estoy nunca triste porque a veces percibo incluso físicamente la presencia de Pablo. No es tristeza ni tampoco melancolía lo que me hace sentir como un poco muerta. Es algo indefinible que no se puede explicar, pero que está ahí, en mi interior, día tras día, y ahí seguirá hasta el momento en el que expire. Creo que si la muerte de Pablo hubiese ocurrido en tiempos de normalidad mi vida habría sido muy distinta. Habría estado más bien acompañada, no hubiese tenido que montarme esta especie de locura que es mi existencia, absolutamente artificial, para poder seguir. Porque, pese a sentirme como un poco muerta debo seguir viviendo y tener mucha fuerza para guardar las cosas de Pablo. Para que no se disperse su biblioteca, por ejemplo. Si se dispersara sería una gran pérdida para Chile.

-Tomic, el único dirigente demócrata cristiano que se opuso al golpe de estado ¿es su amigo?

-Sí, pero no está en Chile. Se marchó poco después del golpe.

-Pero al entierro de su esposo fue…

-Sí. Estuvo muy presente. Junto al cadáver de Pablo. A mi lado todo el tiempo. Tomic fue siempre un buen amigo. Venía mucho por casa y mantenía con Pablo prolongadas y diría, por el tono de voz de ambos, que apasionadas conversaciones políticas.

-¿Qué se decían el comunista y el demócrata cristiano?

-Lo ignoro. Un ama de casa queda siempre al margen de esas conversaciones.

-Pero usted fue mucho más que un ama de casa…

-No, no crea. He ejercido con Pablo muchos papeles de ama de casa.

-¿Por qué?

-Porque era el que me correspondía, ¿no? Ahora le hago una pregunta a usted: ¿qué entiende por ama de casa?

-La que mientras el marido se ocupa de cosas importantes, entre comillas en ocasiones lo de importante, ella se cuida de cocinar, del mantenimiento de la casa, de los hijos si los hay…

-Bueno….He sido mitad y mitad de todo eso que usted dice. He hecho casi todo eso y he sido siempre la compañera de Pablo, la que estuvo con él en todos sus viajes porque Pablo nunca quiso viajar sin mí. Fui siempre la persona que sacó la primera copia de su producción porque él escribía a mano y muy rápido. Si él conversaba sobre política con alguna persona yo, ocasionalmente podía oírlos o no. Pero activamente nunca tomé parte en política, nunca fui una mujer política. Siempre compartí sus ideas y sigo haciéndolo pero el político era Pablo aunque déjeme añadir que sólo lo era ocasionalmente, cuando el partido se lo pedía.

-Usted nunca ha sido militante.

-No. Nunca.

*Contrapunto: en donde Jorge Edwards explica al autor porque cree que Neruda ya no era comunista cuando murió:*

“Neruda no rompió nunca con su partido de siempre, el comunista, pero en los últimos años de su vida creo que se había transformado en un hombre de gran lucidez política y se mostraba escéptico con la experiencia de Allende y con el futuro del socialismo real en el Este de Europa. Fui testigo de la conversación que Neruda, por entonces embajador de Chile en Francia, mantuvo con un ministro húngaro al que le explicaba cosas bastante complicadas que, a su juicio, estaban pasando en la Unión Soviética. “Pablo: pese a todo el socialismo triunfará”, le dijo el ministro. Neruda se levantó de su butaca y le respondió: “Tengo serias dudas”. Días después del acceso de Allende a la presidencia de la república Neruda y yo mantuvimos una conversación: “Lo veo todo negro, hay mucha violencia en la atmósfera y observo cierto paralelismo con la situación española en 1936”, me dijo. Yo me he preguntado muchas veces como hubiese reaccionado Neruda ante los sucesos acaecidos en el mundo comunista tras la caída del muro de Berlín. Y siempre he pensado que él preveía, olfateaba algo. En mi opinión, el Neruda de los últimos años se podría definir como un hombre muy lúcido y muy enfermo. Sabía que era un símbolo y que su enfermedad era también la del país. Fue un tiempo en el que Neruda meditó mucho sobre la muerte. Un día me pasó un periódico francés señalándome una breve noticia en la que se informaba de la muerte de Leoni, presidente de Venezuela y buen amigo suyo. “¿Sabe de qué ha muerto? Cáncer de próstata”, me dijo. Era la enfermedad que él tenía. Sabía que sufría ese cáncer pero no decía que lo sabía. La imagen que retengo de los últimos tiempos de mi relación con Neruda es la de un hombre que se quedaba pensativo y de pronto te decía. “Qué rara es la muerte”, y se volvía a sumir en sus pensamientos. Ese mirar el mundo se diría que desde el otro lado le permitió escribir muy buena poesía. Geografía infructuosa, su poesía última, tiene una gran calidad poética y es una profunda reflexión sobre la muerte”.

Matilde Urrutia murió de cáncer. Como él. Ya se lo habían detectado cuando hablaba conmigo, Me lo dijo a condición de que no lo escribiese:

-Por eso tengo tanta prisa en acabar el trabajo que inicié, porque sé que mi tiempo se acaba –me dijo sin un ápice de desolación o rebeldía en el tono de su voz.

Se enclaustró, sin querer ver a apenas a nadie. “Estoy vieja y fea”, le dijo al fotógrafo Lucho Poirot. “Aún no hay prisa”, le dijo con voz muy débil a su agente y amiga Carmen Balcells cuando esta se ofreció para viajar a Chile y hacerle compañía. Matilde, la mujer de porte elegante, gestos armoniosos y hermosas facciones enmarcadas en cabello blanco parecía muy frágil por su aspecto externo pero era muy fuerte y por eso pudo afrontar la muerte con el mismo valor con el que había afrontado su soledad en el Chile de Pinochet.

Me dijo:

-Cuando se ha vivido con un hombre como Pablo una queda un poco como muerta. Él tenía una cabeza que estaba funcionando todo el día, ya saliendo de casa al amanecer para escuchar como cantaban los pájaros en las quebradas, o viajando hacia Valparaíso para ver como se hacían los barcos a la mar, o tantas y tantas cosas.

-Para usted, para Pablo ¿el mar era como un símbolo de libertad?

-No sabría decírselo. ¿Por qué podría ser el mar símbolo de libertad? ¿Porque no tiene horizonte, porque ese horizonte se ve muy lejos o porque no se alcanza nunca? No se me había ocurrido nunca que el mar podía ser símbolo de libertad. No está mal la idea…pero es suya.

-No. La idea tampoco es mía.

-¿No? ¿De quién es, pues?

-De Rafael Alberti. En un poema que le dedicó a su esposo con la dedicatoria “después de tantas cosas”.

Y no se sabe dónde va…

…cuando el calmo clavel saltó en espada,

en sangre el mar ya sin frontal ni freno

y el corazón en polvo sacudido,

tú, flor, fuiste la flor más señalada

tú, mar, el mar más amoroso y pleno,

tú, corazón, el más enardecido.

Susurró Matilde Urrutia:

-Mirar el mar…

Contrapunto: en donde Matilde Urrutia habla sobre Jorge Edwards:

“Jorge es como un hermano, un amigo de toda la vida al que hemos querido mucho. Con Jorge hemos vivido juntos repetidas veces y tan amigo era de Pablo que cuando le dijeron de aceptar la embajada en París puso como única condición que Jorge fuese el ministro consejero”.